Vivencia del Carisma

Cómo vivimos nuestra consagración  – Texto base: PATRIMONIO. XXII Capítulo General.2017

“… el carácter de las esposas de Jesucristo es el silencio”.[1]

Así como San José contempló y amó la vida oculta, el silencio de Nazaret, así también nosotras estamos llamadas a prolongar en cada jornada de trabajo la presencia continua del Señor, adorarlo en nuestro corazón, darle culto en los momentos litúrgicos, conversar con Él en la intimidad de la oración personal, estar atentas a su voluntad en su Palabra meditada y vivida y unir fervorosamente nuestras voces en el canto de los salmos en comunidad. Preservamos así los lugares sagrados como espacios de oración, a la vez que santificamos nuestro día e intercedemos por las necesidades de nuestros hermanos.

La contemplación dominicana, más que un ejercicio, es una actitud de vida: como Santo Domingo que ya sea caminando, ya predicando o descansando hablaba con Dios, la dominica de San José va unificando progresivamente, con la asistencia de la gracia, todo su ser: espíritu y cuerpo, inteligencia y voluntad, deseos, trabajos y proyectos.

Nuestro silencio no es mero acallar palabras: es, ante todo hacer espacio en el corazón, liberarlo de otras ocupaciones para que Dios ocupe su lugar y nos muestre las necesidades de los que sufren. En esa celda interior se va tejiendo la relación amorosa con el Esposo a quien le presentamos los rostros de cada uno de los que se nos han encomendado. Allí los abrazamos para servirlos en caridad y sacrificio.

Nuestro Padre Reginaldo repite insistentemente las palabras oración y silencio en los ejercicios espirituales. Para las Dominicas de San José, la oración y el silencio son fuente de la relación con Dios, fuente de fraternidad y fuente de evangelización. En la medida en que por la lectura orante de la Palabra vamos asumiendo como propios los valores del Reino, así va naciendo en nosotras la caridad como virtud propia del que sigue a Cristo.

Como San José, la vida de oración y la atención a la voluntad de Dios no nos separa, no nos encierra, no nos deja indiferentes; al contrario: nos abre y nos impulsa a abrazar el dolor de tantos hermanos nuestros. Por ello, como Santo Domingo orante y compasivo, para nosotras ocupa un lugar especial la oración de intercesión.

[1] FRAY REGINALDO TORO, Ejercicio Espirituales VIII

“…Si son fieles a su celestial Esposo, serán verdaderas religiosas, amarán y cumplirán con perfección sus votos y harán su tesoro de la pobreza, sus delicias de la castidad y de la obediencia su gloria.[2]

 Vivencia de los votos: El amor virginal tiene como objeto únicamente a Dios. Es mucho más que un sentimiento porque implica una decisión firme de ser exclusivamente para Dios. Nuestra parte consiste en buscar asidua y ardientemente al Señor y en decirle un “sí” incondicional y permanente. Esta búsqueda y este “sí” unen nuestra voluntad con la voluntad divina haciendo de las dos una sola. “Soy de Dios, soy siempre de Dios.”[3]

La obediencia se transforma en un camino progresivo de integración de todo nuestro ser que con su voluntad e inteligencia busca a Dios, y con sus superioras y hermanas dialoga buscando el bien. La pobreza nos anima a liberarnos de nosotras mismas para poner a disposición nuestros dones, nuestro tiempo y todo lo que Dios quiera pedirnos. “Poned todo lo que vosotras seáis en manos de la Priora para que ella disponga de vosotras plenamente…”[4]

Esta progresiva apropiación que Dios hace con nosotras para identificarnos con Cristo tendrá su manifestación culminante en el momento de la muerte.

[2] FRAY REGINALDO TORO, Conclusión de las Constituciones de 1905

La fraternidad es un pilar en la Orden Dominicana. “Amad tiernamente a vuestras hermanas”,[5] implica un estilo de vida con las hermanas, caracterizada por la sencillez del trabajo compartido codo a codo, por la actitud de servicio en las tareas diarias, por la recreación y los momentos fraternos que nos alegran y fortalecen.

Como San José, estamos llamadas al trato delicado, paciente y cariñoso; a proteger con palabras y obras a nuestra familia religiosa; acompañar, allanar caminos, sostener y alentar en los momentos difíciles.

[5] Íbid.

 “Vosotras sois religiosas predicadoras. Por consiguiente noche y día inmolaos de cuantas maneras sea necesario por la educación e instrucción… formad el corazón de esta tiernas criaturas a la medida del buen Jesús.” [6]

Nuestro Padre Reginaldo considera la importancia del sacrificio como elemento esencial de nuestro carisma.

Nuestro trabajo como Dominicas de San José aparece así como estilo de vida particular: es nuestro modo de llevar a las personas a Dios, de predicar el Reino, de hablar a las gentes de Dios, de suscitar la fe y también, compartiendo los dolores y sacrificios de los trabajadores, nuestra manera de cubrir las necesidades para vivir. Trabajo-apostolado que implica el olvido de sí y que, unido al sacrificio de Cristo, adquiere dimensión redentora.

Como San José en su trabajo humilde, artesanal, dedicado, también nosotras vivimos el apostolado en los colegios, hogares, misiones, aún las hermanas que por sus límites físicos no pueden hacerlo directamente. Buscamos ser presencia protectora y maternal que custodia la vida, la promueve, la acoge, y por sobre todo, la abraza.

Nuestro trabajo implica muchas veces entrega, exigencia y esfuerzo, casi siempre sin pensar en nosotras mismas. Sacrificio y Caridad son, para Nuestro Padre, dos caras de una misma moneda.

La caridad es definida por Reginaldo como virtud teologal, don de Dios que la infunde en el alma de sus esposas. Es una virtud que nos anima a superar el individualismo y el personalismo para salir al encuentro del otro. Es un ágape que se manifiesta primero con nuestras hermanas: …anticipadlas en ese amor, prestadles todo servicio, sacrificaos si es necesario por ellas…”[7]

Es la caridad la que nos mueve a ser creativas, solícitas y diligentes en poner todos los medios necesarios para que Dios sea conocido, amado y servido. Así como Jesús lavó los pies a sus discípulos, así la caridad de las Dominicas de San José tiene esta particularidad de manifestarse en el servicio humilde. Estamos disponibles tanto para la predicación en las aulas, las disertaciones a docentes y alumnos, la formación científica y espiritual como a las tareas más sencillas de la vida cotidiana.

[6] FRAY REGINALDO TORO, Conclusiones de las Constituciones de 1905

[7] Íbid.

“…no sólo en las letras humanas de inteligencia y saber, sino en su espíritu y virtud de su alma”[8]

Nuestro Padre expresaba en sus escritos, la necesidad de una formación integral para nosotras, que abarque todos los aspectos de nuestro ser de consagradas a los fines de poder desenvolvernos adecuadamente en la sociedad en que vivimos.

Incluye en esta formación, las normas de urbanidad expresadas en las maneras delicadas tan necesarias para relacionarnos con las personas con quienes trabajamos. Por ello no son ajenas a la Dominica de San José las virtudes que hacen de la religiosa una mujer culta, sencilla, inteligente, preparada para afrontar las exigencias de los cambios culturales.

[8] (D. Estaurofila). Pag 179

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